Columna de opinión de Marcelo Sosa Pacheco.
El desalojo, con fuerzas federales, de las tomas que la comunidad mapuche Lafken Winkul Mapu lleva adelante en Lago Mascardi, pone en evidencia, una vez más, la incapacidad que ha tenido el Estado Argentino de resolver uno de los problemas más profundos que persiste en nuestro país.
La “política” ha sido, y sigue siendo, esperar que en cada punto de conflicto la tensión escale hasta un punto de “no va más” y entonces intervenir mediante la fuerza pública.
El actual Gobierno Nacional, del Frente de Todos, no ha logrado diferenciarse del anterior en este aspecto. Claro que no se llega a la implementación de la extrema violencia de Mauricio Macri y Patricia Bullrich, que se enjuagaron las manos con la sangre de Rafael Nahuel y la vida de Santiago Maldonado. Pero, en definitiva, en tres años de gestión, Alberto Fernández y sus funcionarios no avanzaron en el desarrollo de una política de fondo que le ponga fin al conflicto.
No es tan difícil. De hecho, hay legislación vigente que permitiría encauzar las demandas de las comunidades.
A lo anterior, se le suma el mensaje violento, xenófobo y racista, de las clases económicas dominantes (con la Sociedad Rural como principal abanderada) y de la política, con el macrismo o partidos liberales (que lo único que tienen de liberal es su autopercepción), que aprovechan el terreno fértil que tiene en estos momentos el discurso de extrema derecha en algunos sectores como la aspiracional clase media.
El interés de esos grupos económicos por las tierras y los recursos que estas tienen en superficie (bosques y ríos) como debajo de ésta (minerales), logra imponer condiciones.
Y , como ariete de proa, periodistas que responden a esos intereses, desde la masividad de los medios nacionales pero también desde muchos medios locales, que van creando un discurso que alimenta aún más ese racismo, ese odio, esa frustración disfrazada de información.
Si hasta resulta inexplicable que, desde esos medios o a través de los mismos, haya argentinos que acusan a otros argentinos de no ser argentinos sólo por el origen de sus apellidos. Como si los Nahuelpan; Antieco; Millán o Nahuelquir, vinieran de la antigua Grecia o Sajonia. Un absurdo que ha calado en muchos argentinos y argentinas.
La frase más común, usada absurda y efectivamente como argumento, es la de “los mapuches son chilenos”, algo que ya ha quedado demostrado por distintas ramas de la investigación histórica (partiendo que mapuches y tehuelches son pre existentes a los estados argentino y chileno, a uno y otro lado de la cordillera), así como hallazgos en la meseta central chubutense, de restos fósiles de mapuches, que dan cuenta de una presencia mileria en la wallmapu.
Pero no debemos ser inocentes. No es solo incoherencia o ignorancia. Hay una construcción de un discurso que sostiene esa teoría no de modo inocente, sino anclado a intereses de mucho poder económico. Poner a los mapuches como usurpadores y violentos, es sólo una característica mas de ese discurso hegemónico, estigmatizante y necesario para justificar el pedido de represión.
Mientras tanto, la sociedad toda se va convirtiendo en victimaria y victima a la vez. Todos terminan sintiéndose violentados por todos.
Debe el estado argentino abrir, urgentemente, un canal de diálogo serio, con interlocutores capacitados para resolver el conflicto y con la creatividad necesaria para diseñar y construir las políticas que logren, de una vez por todas, cerrar las heridas y avanzar en un proyecto de país que contenga a todos los pueblos originarios, acción que debería comenzar con un reconocimiento real y concreto del genocidio de esos pueblos por parte del Estado Argentino.
De no ser así, no habrá suficientes balas, suficientes celdas para contener un pueblo que no hace otra cosa que luchar por sus derechos.
